COTA CARBALLO- Rodrigo Núñez Carvallo

COTA CARBALLO- Rodrigo Núñez Carvallo

RETRATO DE COTA CARVALLO:

Hace 115 años, un día como hoy, nació mi madre, pintora, narradora, poeta, dramaturga y música, disciplinas que ejerció como si fueran una marca del destino. A estas alturas creo que nunca imaginó que su nombre perduraría en un país tan ingrato con la cultura y las artes como el Perú.

El cuadro que ilustra este texto es obra de Sabogal, del cual fue destacada alumna y amiga. Comenzó siendo indigenista pero luego derivó hacia un peculiar surrealismo alimentado por sus sueños y fantasías. Los innumerables cuentos beben de esas mismas fuentes. ¿Qué es lo que más rescato de ella? Siempre me impresionó su vocación y admiración por lo peruano, que alimentó su imaginación a pesar de tener una mamá extranjera que en la intimidad le hablaba en alemán. Me acuerdo de haberla acompañado a pintar durante mi primera infancia, de escuchar sus cuentos de primera mano, y de jugar acompañado de su música que interpretaba al piano con maravillosa soltura. En mi inconsciente laten todavía los rastros de sus ideas, opiniones y su voluntad reformadora. Era una mujer diferente que abjuró de la escuela a los doce años pero que cultivó la lectura desde chica y hasta el último día de su vida. Amaba «La montaña mágica» de Thomas Mann que mi padre le regaló siendo enamorados aún y murió con otro libro entre las manos: «La consagración de la primavera» de Alejo Carpentier. Aunque había leído todos los clásicos infantiles, Andersen, Perrault, los hermanos Grimm, creía que los niños peruanos debían alejarse de las fantasías europeas que nos eran ajenas. Nada de gnomos, princesas y hadas, mejor duendes andinos, pumas, zorros y relatos que nos acercaran a nuestro pasado. Si hoy estuviera viva renegaría de Harry Potter, del ladrillo del señor de los anillos, de enajenados hobbits y de la mercachifle de la Rowling y del medieval Tolkien, a quienes seguramente llamaría mentecatos. Ese precoz nacionalismo cultural la acercó a Sabogal, a las hermanas Bustamante y a Arguedas, a Izquierdo Ríos. Luis E. Valcarcel y a Ciro Alegría, pero también cultivó fuertes lazos de amistad con César Moro y Martín Adán. Todavía recuerdo su admiración por Velasco y las reformas que promovió. y su pasión por los viajes dentro del país, en muchos de los cuales cargó conmigo mientras pintaba paisajes a la acuarela u oficiaba de etnóloga profana. A la distancia puedo decir que en ocasiones era muy alegre y ocurrente, y dueña de una entretenida conversación. En otras se dejaba ganar por la melancolía de los tiempos idos. Como rasgos anecdóticos debo reseñar que medía casi un metro ochenta, y que tenía un proverbial desprecio por el dinero, Destacaban entre sus rasgos personales la generosidad y su amor por los animales. Nuestra casa era un zoológico que albergaba perros, gatos, tortugas, monos y guacamayos y cuanto bicho se metiera por la ventana. Era además una estupenda nadadora, hizo boga en su juventud, lo cual era una osadía para una mujer de su tiempo, y deliraba por los helados. Eso sí, odiaba la cocina y prefería agarrar una escoba a hacer un huevo frito, y tenía el defecto de no callarse nada. Decía lo que pensaba y despreciaba muchas convenciones sociales. Sin embargo era religiosa e iba a misa con frecuencia, pese a venir de una familia de luteranos y judíos. Rastrear su vida no es muy difícil. Escribió un diario durante 57 años, donde anotaba sucesos, pensamientos y proyectos de cuentos, con apuntes y dibujos a mano alzada, caricaturas y retratos de amigos y de sus siete hijos, y que sólo interrumpió unas semanas antes de su deceso. ¿Si tengo pena de su partida? Creo que no, sigue presente. Por lo demás ni ella misma se percató de su tránsito al otro barrio. que era uno de sus más grandes temores.