…el arte puede ir al pueblo.
A fines de 1968 pasaba yo por la Plaza San Martín, en el centro de Lima, con mi uniforme escolar cuando vi, de repente, un hombrecito que en medio de la gente se quitaba su chaqueta de un verde escandoloso y la depositaba cuidadosamente en el suelo. Esto llamó mi atención. Luego, con una tiza trazó silenciosamente un círculo en torno a él, logrando con gestos teatrales que los apresurados transeúntes respetaran ese espacio. ¿Quién era este hombre?…me preguntaba…..¿Estaría loco?…¿Qué quería hacer?…. Alrededor de él se había reunido ya un montón de gente, haciéndose las mismas preguntas. De repente, el menudo hombrecito se llevó las manos a la hebilla de su correa y la abrió, para luego comenzar a desabotonarse el pantalón. Miré a ver si no habían niñas que fuesen testigos de lo que yo pensaba sería un abominable espectáculo. Pero ya el hombre había comenzado a bajarse los pantalones en plena plaza, en medio de toda la gente. Salieron a la luz unas piernas delgadísimas, envueltas en una malla como la que yo conocía de los bailarines de ballet que había visto en alguna fotografía de periódico. Trataba de salir de mi estupefacción, cuando el hombrecito comenzó a decir con una voz clara y potente: «Me llamo Jorge Acuña y soy actor egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramático». Sentí un alivio especial, no era ningún loco…¿o sí?….Ese día oí por primera vez que el teatro debía ir al encuentro del pueblo, que por eso, él, Jorge, había venido a la Plaza San Martín, a enseñarnos el arte de la pantomima…Quizá ahora a nadie le importe el pobre mimo de las calles, pero hoy me encontré con esta foto suya…y recordé aquella tarde limeña, aquella tarde que no volverá, cuando supe que si el pueblo no viene al arte, el arte puede ir al pueblo…
José Juan Pacheco Ramos